Los hombres al igual que las mujeres, son presionados para ajustarse a los patrones de conducta esperados por la cultura dominante. La masculinidad estereotipada se caracteriza por la autoafirmación, la fuerza física, el gusto por los deportes y la nula expresión de sentimientos de vulnerabilidad.
Se espera todavía, aunque cada vez más mujeres trabajan fuera de la casa, que los hombres sean proveedores sólidos e infalibles. Por eso muchos miden su valor en cuánto dinero ganan y en cuánto poder se les reconoce socialmente. En cuanto a la vida emocional, siguen autocensurándose para no llorar ni mostrar tristeza en público y muchas veces ni siquiera cuando están solos porque sencillamente son incapaces de hacerlo; porque así fueron (y siguen siendo) criados por padres que les llamaban maricones por llorar; la expresión del enojo llevado a veces hasta la violencia es la emoción más frecuente y evidente. En México, según datos del INEGI, un tercio de los hogares vive violencia causada por el jefe de familia. Los hombres se ven con frecuencia envueltos en pleitos, problemas penales y recurren al suicidio violento.
La cultura publicitaria los sigue mostrando como dominantes, agresivos, hipersexuales y temerosos del compromiso sentimental. Se les sigue educando para ser fuertes y valientes y para que aprendan a pelear. Se ve mal a un niño que no se defiende a golpes y que no marca su territorio con groserías o insultos.
El mundo de los hombres es un mundo muy agresivo, en el que la autoafirmación del carácter sigue reforzando las conductas violentas. El machismo sigue siendo una forma de pensamiento dominante que exalta un modelo único de masculinidad basado en el dominio y en el control.
A partir de los cambios sociales en los patrones laborales y del control de la natalidad, han surgido nuevas masculinidades frente a nuevas formas de ser mujer, nuevas organizaciones familiares y nuevas posibilidades para construir pareja.
Cada vez más hombres hablan del deseo de relacionarse mejor con sus sentimientos, de controlar sus instintos de destrucción, de establecer con las mujeres relaciones de mayor igualdad y cooperación. Muchos comienzan a defender su forma de ser hombres, que puede incluir ser sensibles, pacíficos, negociadores, vulnerables, introvertidos con las mujeres, cariñosos – lejísimos pues de la fantasía de una máquina fría y sexual-.
Todos los días escuchamos cómo viven los hombres un divorcio o el desempleo, el peso de las expectativas sociales y de algunas mujeres que esperan que ellos siempre sean fuertes. Algunos sienten ansiedad sobre su desempeño sexual porque creen que el placer de la mujer o su frustración en la relación, es su responsabilidad.
Se les ha estereotipado como infieles solo por ser hombres. Muchos fueron obligados a iniciar su vida sexual con prostitutas, por sus padres, tíos o abuelos. Algunos lo describen como una experiencia traumática.
El mundo de las bandas callejeras, del narcotráfico, de las borracheras, son ejemplos ejemplos tristes de estereotipos masculinos.
Los hombres tienen miedo de ser considerados femeninos por sus pares. Los peores insultos en todo el país son comparar a un hombre con una mujer, lo cual es devaluatorio para las mujeres y reflejo del temor que tienen los hombres de no cumplir con las expectativas de hombría de su cultura.
El dominio histórico innegable de los hombres sobre las mujeres hace del feminismo una revolución vigente y todavía muy necesaria. Es posible que los hombres también estén necesitando urgentemente la oportunidad de ser diferentes, de aprender formas mas igualitarias para relacionarse, de no ser tachados de machos solo por ser hombres, de recibir el beneficio de la duda cuando expresan el deseo de ser distintos aunque no tengan muy claro cómo
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